Un cosquilleo en mi nariz me obligó a abrir los ojos de golpe. Contemplé como un insecto de semblante chulesco me miraba fijamente posado sobre ella. Parpadeé varias veces como intentado convencerme de que no se trataba de un espejismo, gesto que fue suficiente para asustar al animal e incitarlo a salir volando en dirección a la ventana. Entonces me di cuenta que se trataba de una mariposa. Tenía al menos cinco o seis colores diferentes, era la criatura más hermosa que creía haber visto nunca; no pude más que contemplar embobado como aquel ser se marchaba con su vuelo danzante y mágico a través del rayo de luz intensa que acuchillaba la penumbra de mi habitación...
Me levante con cierta dificultad, pero a todas luces mucho mejor que la tarde anterior. El cuenco había desaparecido de la mesita, y en su lugar había una muda de ropa de color blanco roto. Me atavié con ella y me dispuse a salir de aquella habitación que olía a enfermedad. Empujé la puerta suavemente, tratando de no hacer mucho ruido, pero las bisagras no estuvieron de acuerdo conmigo. Chirriaron fuertemente en su último suspiro de vida para después ceder definitivamente y dejar que la puerta se desplomase violentamente contra el suelo de pasillo. Quedé petrificado, con la boca abierta y el brazo extendido buscando una puerta que ya no estaba; di gracias de que nadie me viese en aquella postura y luego esbocé una amplia sonrisa; ya no tendría que volver a escuchar aquel molesto sonido de bisagras oxidadas.
Al frente se contemplaba un pasillo de roca al final del cual brillaba la luz del día. Por unos segundos la luz fue nublada por una sombra alta y rechoncha que me contempló durante unos segundos, luego desapareció. Quise levantar la puerta y apoyarla sobre la pared del pasillo, pero no tuve fuerzas. Enfilé aquel corredor hasta llegar a una gran sala construida de troncos de madera. Tenía varios ventanales por los que brillaba la luz del sol. Debía rondar la media mañana, no entendía como pude dormir tanto.
La sala estaba cortada por una cortina, separando lo que parecía ser una cocina del resto. En las paredes colgaban una decena de candelabros apagados, supuse que de ellos provendría la luz que había visto la tarde anterior.
En una esquina, la única con un atisbo de oscuridad, descubrí al hombre gordo sentado a la mesa con un vaso humeante frente a él.
-Buenos días- dije.
-Maldito bastardo. No sirves ni para morirte- fue lo que obtuve como respuesta.
Me quedé petrificado ante aquellas palabras, sin saber que hacer o decir y sin voluntad para mover un musculo sin permiso. Gracias a Dios la mujer que yo tenía por mi madre hizo acto de presencia. Venía a toda prisa de la calle, alertada por el sonido de la puerta al desplomarse.
-¿Qué ha sido ese ruido?
-Pregúntale a ese estúpido- dijo el hombre con desprecio.
Mi madre miró entonces hacia el pasillo y me vio allí de pie con cara de sorpresa. Me sonrió.
Se acercó a mi y me besó en la mejilla, luego me indicó que la siguiera. En voz baja me confesó que aquel hombre era mi padre. Cuando lo hizo escuché al gordinflón gruñir algo inteligible. Mi madre me guió hasta la cocina y me sirvió una taza de un líquido humeante que contenía una marmita que reposaba junto al fuego de la chimenea. Ella se sirvió otro, y luego me empujó hacia la salida. Antes de abandonar la casa y volví hacia mi padre para decirle:
-Encantado de conocerte, padre- descubrí en el tono de mi voz cierta cualidad innata para el sarcasmo. El hombre se limitó a repasarme de arriba a abajo con la mirada. No imaginaba que unos ojos pudiesen mostrar tanto desprecio.
Nos alejamos de la casa hacia el norte. Pasamos junto a un granero y unos corrales y atravesamos un campo sembrado de hortalizas varias. Nos detuvimos a unos doscientos metros de la casa, al borde de un acantilado que daba al mar. Observamos el océano sin mediar palabra mientras bebíamos el contenido humeante de aquellas tazas que a mí me sabía a ambrosía; era leche.
Rompí el silencio preguntando a mi madre su nombre, y el mío, y pidiéndole que me explicase que me había pasado, por qué no recordaba nada. Ella me lo contó todo, o eso creí yo en aquel momento.
“Mi nombre era Asrian, me crié en aquella granja a dos horas de camino del pueblo más cercano, Helben. Era un pueblo de pescadores.
Mi existencia se limitaba a ayudar a mis padres, Alora y Dacano, a cultivar las tierras y criar el ganado. Mi madre tenía un puesto en el mercado del pueblo en el cual hacía trueques con el fin de obtener todo cuanto necesitábamos. Cambiaba leche, hortalizas y huevos por peces, pieles, herramientas o cualquier cosa que creyese oportuna. Mi padre por su parte invertía la mayor parte de su tiempo en la taberna, atiborrándose de vino y quejándose de su mala suerte en la vida -esto último lo tuve que leer entre líneas-.
Sobre mi estado actual, Alora me contó que había sufrido un accidente al tratar de domar un caballo salvaje. El animal se había erguido sobre sus patas traseras y me había lanzado de espaldas contra una roca. Mi cabeza se abrió como una sandìa. El médico hizo cuanto pudo, trató de limpiarme la herida y la cosió, dejando el resto de trabajo a Dios. No contaban con que sobreviviese a la primera noche. Dormí durante veinte días y vente noches, durante los cuales mi madre pasaba la mayor parte del tiempo cuidándome, limpiándome y tratando de alimentarme con caldos que no podía hacerme tragar. Era cuanto podía hacer, esperar.”
Cuando hubo terminado el relato me llevé la mano a la parte posterior de la cabeza, y noté el grueso hilo qué estaba aún dentro de aquella enorme cicatriz.
Nos volvimos y vimos a alguien a lo lejos, acercándose a la entrada de la casa. Saludó con la mano y mi madre devolvió el saludo. Era un hombre pequeño y menudo que Alora identificó como Basir, el médico. Al parecer mi progenitora ya le había explicado mi situación y venía a reconocerme.
Me tumbé en mi cama mientras Basir me inspeccionaba el cuerpo. Según su criterio era un milagro que yo me encontrase con vida, además físicamente estaba muy bien, con los músculos un poco entumecidos, pero nada importante. Tras examinar mi cuerpo quiso conocer mi estado mental.
-Asrian, necesito que me digas que cosas recuerdas, personas, situaciones, objetos…
-Solo detalles –respondí- recuerdo la voz de ni madre, pero no recuerdo su cara, ni la de mi padre o usted. No recuerdo ninguna situación concreta, ni siquiera después de contarme mi madre lo que me pasó. Recuerdo las cosas, el sabor de la leche… ¿Cómo es posible que no recuerde a mi propia madre y si sepa que eso que lleva usted colgado del cuello se llama estetoscopio?
-No lo sé, pero vamos a averiguarlo- dijo el doctor.
Las siguiente hora la pasé respondiendo preguntas, no sobre recuerdos, sino sobre cosas simples, creo que tratando de averiguar si mi cerebro había sufrido algún daño más, a parte de la pérdida de memoria.
Dacano, Alora y el Doctor se reunieron en privado. Yo lo escuché todo escondido tras la cortina de la cocina. Basir estaba convencido de que yo poseía todas mis facultades mentales intactas, salvo la memoria, y que posiblemente podría recuperarla parcialmente si se me estimulaba adecuadamente. Luego el médico se marchó y mis padres comenzaron a discutir.
-Quiero que Asrian se quede con nosotros en la granja- dijo mi madre.
-Ni pensarlo, ese desgraciado no vivirá en la misma casa que yo.
-Por favor, el podrá encargarse de los animales y el campo, descargándote de trabajo. Ya has oído a Basir, el chico está bien y podrá hacerlo – replicó Alora entre sollozos.
-Y cuando vuelva a recordar lo que pasó, ¿qué haremos?, dime ¿qué haremos?
-No lo permitiré, no quiero perder a mi pequeño. No dejaré que recuerde.
-¿Y qué vas a hacer?, ¿le vas a retener en la granja para siempre?- Dijo Dacano incrédulo.
-Si es necesario lo haré, ya se me ocurrirá algo.
Permanecí escondido hasta que se hubieron marchado. No entendía que estaba pasando. ¿Por qué mi madre no quería que recordase?, ¿por qué mi padre me odiaba tanto?... Necesitaba respuestas e iba a conseguirlas. Iba a escapar de allí.
Continuará...
2 Comentarios :
El padre tiene una pinta de arao, jeje... que mala ostia tiene ¿no?
Ya te digo... en la tercera parte se va a poner todavía mas chungo.